La
Constitución de 2008 presenta el ideal de construir una sociedad que respete,
en todas sus dimensiones, la dignidad de las personas y las colectividades.
Ideal que se conseguirá a través de la convivencia ciudadana, el ejercicio de
nuestra soberanía y el cumplimiento de la ley. Este escenario circunscribe al
Ecuador como un Estado constitucional de derechos y justicia, donde su deber es
el garantizar, sin discriminación alguna, los derechos establecidos en la
constitución y en los instrumentos internacionales.
La
carta magna –en su forma- denota la existencia de garantías, el constante
cumplimiento de la ley y la importancia de proteger a la ciudadanía, sin
embargo, la realidad que se evidencia es totalmente dispareja. Nuestro país,
desde la época colonial, se ha caracterizado por practicar conductas “originales”,
donde el irrespeto de las leyes es pan de cada día. Osvaldo Hurtado en su libro
Las costumbres de los ecuatorianos,
hace alusión a esta realidad diciendo
que la ley es vista como una entelequia ajena a la vida de las personas o como
un estorbo molestoso.
No
se puede negar que la Función Judicial es una de las máximas representaciones
de poder que tiene el estado. El poder que poseen los jueces es enorme, ya que
tienen la capacidad de revocar cualquier acto público o privado; pueden
disponer de la libertad penal de cualquier persona e, incluso, pueden lograr
que la misma ley se invalide. Por lo tanto, siempre se ha concebido a la
Justicia como una dádiva que concede la capacidad de controlar y manipular las
situaciones para que el resultado siempre nos sea favorable.
Las
esferas de poder anhelan controlar la justicia y, generalmente, lo han
conseguido. En el transcurrir del tiempo se la ha pasado de mano en mano, se la
ha heredado y monopolizado… Ahora, en el Ecuador, su conquista llegó con la acción
del presidente. En un principio, la justicia es el resguardo que tiene el
ciudadano, sirve de escudo entre el poder estatal y los derechos de las
personas. Sin embargo, hoy por hoy, se ha convertido en un arma de poder
político: utilizada para favorecer al Ejecutivo.
En
este punto, la tesis de Canetti acerca del poder
se ratifica, puesto que muchas de las prohibiciones y autorizaciones impuestas
en la ley refuerzan la potestad que se ejerce sobre aquellos que deben ser
sancionados, perdonados o premiados. Es así, que un solo individuo controla las
decisiones en las cortes y su dominio sobre estas está formalmente
institucionalizado, él ha designado a los vocales del Consejo de la Judicatura,
quienes tienen la potestad legal para nombrar y destituir a todos los jueces
del Ecuador. Esto nos lleva a creer que la administración de la justicia que
debería ser independiente, imparcial y responsable ha claudicado a los
intereses de un solo hombre.
Este
panorama no permite vislumbrar, por ninguna arista, la “soberanía” que la
administración judicial debería tener. Esta situación se cimenta en el boletín
jurídico El Leviatán Judicial,
redactado por el jurista Jorge Zavala Egas, donde él expone fundamentos
teóricos que ratifican el control que se ejerce sobre la justicia. Zavala Egas
usa como ejemplo la siguiente resolución judicial: “la prohibición de acciones
de protección contra el Ejecutivo”, esta se basa en la potestad que tiene una
persona de pedir reparo sobre un derecho que le ha sido violentado. Al derogar
esta resolución, se está concediendo al Estado la facultad de vulnerar los derechos
constitucionales de los individuos, pues no hay acción legal que permita instituir
una sanción en un tribunal.
Una
muestra clave de la manipulación del derecho penal es que el gobierno sentenció
las protestas sociales. Este hecho se evidenció cuando diversas organizaciones
sociales y políticas comandaron la Marcha por la Vida, el Agua y la Dignidad de
los Pueblos. Aquí, numerosos dirigentes sociales, especialmente indígenas,
fueron detenidos por la policía sin ningún fundamento, finalizando con la
absolución de los jueces al no encontrar ninguna prueba que demuestre su
culpabilidad. Según el informe emitido por Amnistía Internacional el fin que se
persiguió el Ejecutivo fue neutralizar las protestas sociales, pues incomodan
al gobierno.
Con
esto se consuma la tesis Canettiana, pues el poderoso nunca perdona, nunca
olvida. Anhela someter todo lo que se le opone, odia el enfrentamiento y la
censura. Sin embargo, entre las prácticas del todopoderoso existe algo que le
permite aparentar su magnanimidad, la magia del indulto. Este don divino le
otorga gracia; ya que, como
manifiesta Canetti, indultar es el símil de la vida nueva; vida que es dada por
poderoso al perdonar, vida que al ser concedida lo dignifica y lo regocija.
No
hay duda que “nuestro hombre omnipotente” saca partido de todo lo que hace. Por
más acusaciones y sentencias que promulgue siempre les encuentra solución, a
dónde sea que vaya se ostenta de ser un individuo magnánimo que derrocha perdón.
Su figura intenta ejemplificar a un padre que reprende pero a la vez perdona. Un
padre que solo desea hacer de sus hijos futuros seres de bien: obedientes y no
revoltosos. Según él no hay de qué preocuparse, siempre sufriremos un pequeño
jalón de orejas pero, a la final, siempre nos perdonará. Sin embargo, me queda
la duda de saber, y ¿sí en algún momento no me quiere perdonar?... ¿Quién podrá
defenderme?
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