Año
tras año, desde que tengo memoria, cada 31 de octubre, nuestro país, Andino por
naturaleza, transmuta su esencia para adoptar una de las festividades más vanas
y comerciales conocidas por la era moderna, el Halloween.
Esta
celebración –en su traducción al español- significa “Víspera de todos los
Santos” y se caracterizó por representar el folklor de la antigua civilización
celta. No obstante, al migrar desde Europa a Norteamérica fue trastocada por el
capital y por la industria, perdió su sentido y las costumbres, ritos y mitos
originales fueron olvidados.
Gracias
a investigaciones culturales y sociológicas se han podido rescatar los orígenes
del Halloween; es así que podemos conocer que esta celebración giró en torno a
la finalización del año céltico, que coincidía con esta fecha (31 de octubre) y
con el culto de adoración a “Samagin” el dios de la muerte. En este marco
temporal se producía un cambio de estación, pues empezaba el otoño cuya característica
principal es la caída de las hojas, lo que significó en la cultura celta la
muerte y el inicio de una nueva vida.
Debido
a este cambio de estación, los antiguos celtas creían que la línea que une el
mundo de los vivos con el mundo espiritual desaparecía, permitiendo que los
espíritus (buenos y malos) pasen a nuestro mundo. Es así que las almas de los
ancestros y familiares eran homenajeados con una invitación a cenar; mientras
que los espíritus malévolos eran alejados con el uso de trajes y máscaras, ya
que se creía que ahuyentaban a los espíritus malignos.
En
definitiva, los celtas creían en la inmortalidad del alma pues tenía el poder visitar
el mundo de los vivos y, en ocasiones, introducirse en otro individuo al
abandonar el cuerpo que acababa de fallecer, es decir, afirmaban la existencia
de la reencarnación.
En
América Latina, y especialmente en Ecuador, los historiadores han definido que
los primeros pueblos indígenas ya celebraban el culto a los muertos, este era
entendido como un homenaje a lo que ellos hicieron en vida y el legado que
dejaron. Por lo tanto, la cosmovisión indígena concibe al alma como algo
inmortal, no muere sino que pasan a otra
vida donde el diálogo con los vivos es posible. Es así que la ritualidad celta
guarda similitud con la indígena, pues ambas creían que para hablar con el alma
se debía honrarla con comida, en el caso andino con la bebida conocida como champús
y con el pan amasado en casa.
Es
evidente que ambas culturas concebían esta fecha como un tiempo para glorificar
a la muerte y, de una u otra manera, honrar a la vida; lo que significa que su
ritualidad y su celebración tenían un valor intrínseco cultural. En cambio, en
la actualidad este festejo se ve trastocado por la visión capitalista e
industrial del Imperio. No cabe duda que la verdadera función del Tío Sam -su
único propósito- es impartir y adoctrinar al mundo a través de su ideología,
vacía y consumista.
La
cultura de consumo impartida por el país del norte aprovecha estas
oportunidades para trastocar el simbolismo y hacer negocio. Dos de los
principales actores de este fenómeno son la televisión y Hollywood. Ambos, han
contribuido con la difusión del Halloween, pues sus programas y sus
producciones fílmicas contienen violencia gráfica y asesinatos que crean en el
espectador (niños y adultos) miedo y un estado morboso y erróneo de la realidad.
Otra
manera en que Halloween se convierte en una gran industria es por su producción
de máscaras, disfraces, maquillaje, dulces y demás artículos necesarios para
cumplir con este festejo. Estos elementos son suficientes para que muchos empresarios
fomenten el "consumo del miedo". Además, buscan propiciar y favorecer
la imitación de las costumbres norteamericanas, ya que las convierten en un
modelo de vida que todos quieren seguir.
Es
pertinente decir que el Halloween ha pervertido a nuestra juventud, ya que
todos nuestros adolescentes creen que esta fiesta está dedicada a disfrazarse e
ir a alcoholizarse en un bar. No obstante, más alarmantes son los comportamientos
de las jóvenes, pues se visten o desvisten con un sin número de disfraces que
están seguidos por el adjetivo “sexy”. Así es como aparte de rechazar nuestras
raíces y adoptar costumbres impropias, esta fiesta ratifica el machismo, pues
las mujeres se convierten –a ellas mismas- en un mero objeto que busca
exponerse en estas fiestas.
En
definitiva el Halloween es una celebración importada que con el pasar del
tiempo ha perdido su sentido, se ha desvalorizado y ha vendido su significación
cultural al modelo capitalista de Estados Unidos; tanto así que podría decirse
que forma parte de la industria cultural, donde se produce para una sociedad
masificada. Es trascendental que como ecuatorianos nos demos cuenta de este
fenómeno, lo analicemos y rechacemos. Es pertinente que la juventud recupere
nuestras costumbres y se apropie de nuestra identidad. El primer paso para
lograr este cometido es promocionar y empezar a celebrar nuestra fiesta del 31
de octubre, el Día del Escudo Nacional, símbolo patrio que representa la
grandeza de nuestro país.
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