Al
analizar este proceso social en retrospectiva, se puede precisar que el inicio
de estos movimientos se sucedió en 1967 en Berkeley, pues aquí un grupo de
estudiantes –en su mayoría de clase media- inició un revuelta contra la discriminación
de las minorías, en particular de los negros; el reclutamiento para la Marina,
y contra los efectos de la guerra de Vietnam sobre los vietnamitas y sobre la
juventud norteamericana.
Desde
este instante, estos movimientos fueron conocidos como contracultura, ya que fueron grupos que marcaron la desobediencia
social y que tenían como precepto el rechazo a la política y la cultura propia
de su país. Frente a esto, el autor Fernández Buey enuncia que la contracultura se centró en la crítica
radical de la ciencia y lo tecno-científico, pues se buscó vivir mediante el comunitarismo.
También hubo una fuerte atracción por el misticismo y por las religiones
orientales; finalmente, se desplazó a la razón pues lo fundamental eran los
sentimientos y la imaginación.
Latinoamérica
también se caracterizó por ser la cuna de grandes movimientos contraculturales como el Neofeminismo, la Unidad
Popular en Chile y los No Peronistas en Argentina, todos ellos inmersos en la
dinámica de la lucha por conseguir la igualdad social, y el discurso de
oposición contra la represión de los gobiernos. Entre todos estos movimientos
cabe destacar a los generados por la juventud mexicana y, a su vez, uno en
especial que tuvo un final fatídico que le concedió un lugar en la historia.
En
aquella época, la juventud mexicana fue etiquetada como “rebelde sin causa”; es
por esto que tuvieron que buscar maneras de demostrar su descontento social, es
así que lo que rompía con la ley y los valores sociales se convirtió en el
blanco de ataque. La contracultura fue evidente -con la misma fuerza- en otros
ámbitos, por ejemplo, la música y el consumo de drogas.
En
el ámbito musical, el Rock fue el género que dominó los preceptos de la contra
cultura en todo el mundo. En México, se adoptó este estilo sumándole la tendencia
hippie de promulgar “amor y paz”; con esto se formaron los grupos conocidos
como Jipitecas. Al mismo tiempo, un
cantautor conocido como Chucho González impone la canción “Yo no soy rebelde”,
la cual se convirtió en el himno de la juventud mexicana.
A
partir de esto, el movimiento rockero creó el festival “Rock y Ruedas de
Avándaro” emulando al “Woodstock” en Estados Unidos. El evento convocó
alrededor de 300 mil personas e incluía la presentación masiva de bandas de
rock mexicano y una carrera de autos. No obstante, como fue de esperarse, las
autoridades reprimieron este evento, pues suponían que esto causaría alboroto
en la localidad; además, se sumaron los medios de comunicación, pues en su
discurso enunciaron que este evento era un acto degenerativo hacia la sociedad mexicana,
misma que estaba en crecimiento y no toleraría que los hippies y el uso de drogas
provocaran un declive en este avance.
En
este punto, la represión hacia la juventud cada vez fue más violenta. Tanto así
que el 2 de octubre de 1968, a pocos días de los Juegos Olímpicos, se produjo
la matanza de Tlatelolco, donde el Gobierno de Gustavo Díaz Ordaz liquidó a
sangre fría alrededor de 500 jóvenes universitarios mexicanos que marchaban por
reclamar sus derechos como estudiantes. El motivo de esta marcha fue que semanas
antes el presidente ordenó al ejército ocupar el campus de la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM). El ejército detuvo y golpeó indiscriminadamente
a muchos estudiantes.
La
explicación oficial se centró en culpar a los manifestantes, pues se dijo que
los mismos estudiantes iniciaron el tiroteo, por eso el ejército respondió en
defensa propia. Este acontecimiento fue difundido por los medios en todo el
mundo diciendo que la masacre se produjo por un enfrentamiento entre los
estudiantes y el gobierno, una manera de encubrir las órdenes oficiales.
Este
hecho propició que la juventud mexicana fuera vista como una maraña de
delincuentes y en consecuencia, las bandas de rock y los jóvenes tuvieron que
desligarse aún más de la sociedad y convertirse en entes invisibles, pues el
miedo a la represión violenta se acrecentó. Era tal su necesidad de expresarse
que crearon espacios para refugiarse (aquí se suscita el inicio de la época
Underground) conocidos como Hoyos Funkies,
donde se promovía la cultura, el descontento y la anarquía contra una sociedad
que debía agitarse para cambiar.
La
matanza Tlatelolco fue una de las pruebas más fehacientes de lo que propició el
movimiento contracultural mexicano, la represión violenta de los gobiernos en
contra de la rebelión pacífica como manera de conseguir cambios y equidad
social. En definitiva, este acto de violencia no tuvo sustento alguno. Puede
decirse que el miedo de un gobernante al ver que el “pueblo” puede luchar
contra él y terminar con su mandato lo obliga a actuar inconscientemente. Además,
es rescatable y aplicable a nuestra época la elección de la juventud mexicana,
ya que ellos –con sus propios medios- buscaron la manera de presentar su descontento
al convertirse en actores de este proceso militante de reorganización social;
en cambio, ahora los jóvenes somos conformistas, pasivos… no somos capaces de
demostrar nuestro descontento y actuar para conseguir un cambio.