En un reino bien
cercano, existía un gobernante muy letrado, buen mozo y molestón. Cierto día, se
levantó y decidió investigar cómo se encontraba el flujo de oro de las arcas de
los caballeros, “fieles” guardianes y protectores de la ciudad. Dicha pesquisa
demostró que existía un excedente de oro y diamantes. Por lo tanto, el
gobernante decidió embestir estas riquezas para repartirlas entre sus
partidarios y sus buenas obras de vialidad. Como era de esperarse, esta acción
enfureció a los caballeros, quienes a escondidas planearon una estrategia para
enfrentarse al soberano y recuperar el oro que les fue arrebatado.
En ese preciso
momento este pequeño reino, cobijado entre montañas y protegido por su cielo
azul, se trasformó en territorio hostil. El rumor, el miedo, la violencia, los
atracos y la muerte rondaban las calles por donde transitó –con calma- el
soberano. El pánico se propagó pues se decía que los “fieles” caballeros no
protegerían más al reino. La gente se resguardó y los ladronzuelos hicieron de
las suyas. El caos se apoderó hasta del aire y desplazó a la ya olvidada
tranquilidad de ese día.
El gobernante,
valiéndose de su gran inteligencia, pensó en una estrategia de combate que
respondiera eficazmente a la insurrección de los guardianes; finalmente, supo
que su verborrea le concedería la victoria. Salió de palacio y cabalgó hasta la
base de los caballeros. Al llegar, no pudo utilizar palabra alguna pues los
caballeros, tan talentosos en el ejercicio bélico, lo capturaron. No obstante,
el resguardo personal del soberano entró en escena, lo rescataron y llevaron a
un “lugar seguro”, espacio que fue rodeado por los insurrectos, atrapando al
gobernante.
Al ver este
escenario, los paladines fueron al rescate y batallaron contra los caballeros.
Ambos bandos sufrieron bajas pero no se liberó al gobernante, que medio
moribundo, aclamaba justicia y libertad. Esto motivó al pueblo, simpatizantes y
opositores, a salir a las calles para demandar que se liberara o exterminará (de
una vez) al soberano. Este episodio llegó a ser tan escabroso que mensajeros de
otros reinos venían a enterarse de lo sucedido. Finalmente, los paladines
lograron su cometido y, en breves momentos, el gobernante llegó a su palacio y
tan buen mozo como siempre finiquitó este asunto librándose de culpa y
sentenciando a los caballeros a castigos y deshonras frente al pueblo.
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