1 de octubre de 2012

Los Cuatro Mosqueteros, denuncia y arte



A partir del siglo XX, en todo el mundo se planteó una nueva forma de hacer arte, la cual respondía a la concepción de revolución, es decir, una oposición de ideas que buscaron irrumpir en lo establecido. La finalidad de esta insubordinación ideológica fue encontrar una voz propia que sirva como forma de expresión contra los dogmatismos que regían a la sociedad de aquella época.

A partir de los años 60, en Ecuador se produce un cambio cultural importante que se manifestó en los movimientos de vanguardia, cuyas raíces se asentaron en las nuevas corrientes de pensamiento como el Socialismo, representado en la Revolución Cubana; a esto se sumó un deseo latente de dejar de ser un país subdesarrollado. Todo este sentimiento se expresó en un conjunto de obras que rompían con la percepción de estética de los artistas ecuatorianos, los bellos paisajes y los retratos fueron reemplazados por figuras amorfas y dibujos irónicos que buscaron representar una sociedad putrefacta, en donde el eje central del arte era exteriorizar la repulsión hacia la realidad. 

En este contexto entró en escena el grupo conocido como Los Cuatro Mosqueteros, compuesto por Nelson Román,  José Unda, Washington Iza y Ramiro Jácome. Sus obras se caracterizaron por presentar nuevas tendencias en lo que respecta a la representación del ser humano, donde los cuerpos sin rostros, sin órganos, compuestos solamente por huesos, eran el conjunto visual que expresó una existencia vacía, sin propósito y llena de angustia. La finalidad de su arte era imponer una cultura de la resistencia basada en la intelectualidad como una forma de oposición a la violencia de la sociedad. 

Para que toda esta carga representativa calara en la comunidad de la época, en 1970, los artistas recopilaron sus obras más representativas en una anti bienal, llamada “La Ruptura del Yo Individualista” que fue realizada en contra del "Salón de Julio" en Guayaquil. En esta exposición los asistentes pudieron darse cuenta de que el arte como estaba concebido había cambiado, en el sentido de que ya no se representaba lo bello, sino lo “feo” que muchas veces permanecía oculto o no quería ser expuesto. Mediante lo anti estético se logró expresar el rechazo hacia la sociedad inequitativa, injusta y autoritaria. Si bien el trasfondo de la obra fue claro, el contenido no llegó a ser comprendido por la gente que no estaba familiarizada completamente con el mundo de lo pictórico. 

En este punto, es importante mencionar que Mario Vargas Llosa es acertado al señalar que el arte debe tener un fin y trasmitir algo. En este caso un sentimiento de denuncia o inconformidad social. El mensaje debe tener la facultad de transmitir lo que el artista quiere expresar mediante los símbolos que coloca en su obra. Estos deben tener la capacidad de llegar a cualquier tipo de público; lo que significa que no se debe hacer “arte por arte”, pues esto nos conduce a masificar las ideas, un mecanismo que le quita el aura a la producción artística, degenerando al arte.

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